jueves, 18 de septiembre de 2008

LA CAMISA BLANCA




Estos días, y debido a mi trabajo, he tenido en mis manos prendas de vestir de finales del siglo XIX y principios del XX. Vestidos de mujer: chaquetillas cortas y entalladas, faldas largas, toquillas hechas en París, echarpes de imitación de astracán, con flecos y abalorios, ropa interior (unos calzones femeninos con una enorme abertura que provocaron más de un comentario subido de tono), enaguas...Los trajes de hombre son más insulsos, pero no por ello menos interesantes: trajes de payés, calzones de trabajo, camisas negras, camisas blancas y unos calzoncillos de algodón, dotados también con una enorme abertura delantera…Más risas.
Esta tarde, mientras fotografiaba las prendas, me he fijado en una camisa de hombre. La he empezado a observar con detalle, y estaba hecha por unas manos muy diestras. He levantado la mirada y he contemplado con placidez el río. Y he dicho en voz alta: esta camisa está hecha con mucho amor. Las mujeres que me acompañaban han reído por mi ocurrencia. Cada parte de la camisa estaba delicadamente cosida. Cada detalle, como el arrugado de la tela en los puños, delataba a una mujer enamorada. Y por un momento, mi pensamiento ha volado lejos, ¡qué poco me cuesta! y he imaginado la escena de su costura:
Hay una pareja sentada junto al fuego. Ella es guapa, y en su suave sonrisa, y por la forma de mirar a su marido, está muy enamorada. En sus manos está la prenda que cose. Una camisa blanca, con pechera a rayas. Ahora está aplicando el puño, y se ha esmerado en el fruncido de la tela. De vez en cuando se frota los ojos; la luz es demasiado tenue para coser, pero le queda poco tiempo para acabarla. Es sábado por la noche, y la camisa ha de estar a punto para que su marido la estrene el domingo. Él se limita a descansar junto al fuego. Ha estirado las piernas y observa el trabajo de su mujer. Y en ese momento, mirando como ella cose, se da cuenta de cuánto la quiere.

martes, 9 de septiembre de 2008

UN BOLSO EXTRAVIADO


Si alguien encontrara mi bolso y curioseara en él, se daría cuenta del caos que reina en él.


Primero encontraría un paquete de Ducados y dos mecheros, para no tener que pedir nunca fuego. Por lo tanto su dueña fuma y es previsora. Un juego de llaves. El llavero es interesante: un trozo de cuero con la figura de un perrito. Lleva también ancladas en él, tres medallas de perro diferentes. Una es redonda y hay un nombre escrito en ella, Coppini. Otra en forma de hueso en la que hay inscrito un segundo nombre, Hedy. La tercera no está grabada pero hay un perro salchicha en relieve. Por lo tanto, a la dueña les gustan los perros y por lo que se ve ha tenido tres. También cuelga una chapa con un nombre, Emily, con el dibujo de una chica extraña que parece un gato negro. Y seis llaves de lo que se suponen dos casas diferentes. Dos paquetes de Trident. Un bolígrafo naranja, con la parte superior transparente, donde flota en agua un sarcófago egipcio. En dicho boli se puede leer, The British Museum. Digamos que estuvo en Londres y que le gustan los gadgets. Una libretita verde, con dos autógrafos. Por lo tanto la chica no es tímida si se atreve a pedirlos. Un sobre de ibuprofeno (para contracturas o simples dolores de cabeza). Un billete de lotería (no es rica y sueña en huir). Hay también un cepillo de dientes con un pequeño tubo de dentífrico. Un pequeño monedero rojo con dos tarjetas de crédito, un billetes de 20 euros y otra tarjeta, la de donante de órganos, donde expresa su consentimiento para la cesión de los mismos por si un día tiene un accidente y no se le puede salvar la vida.


Pero lo más interesante son las fotos que hay en él. Parecen de este verano. En todas hay una chica morena con el cabello cortado a lo flapper. Debe ser ella. En una de las fotos, está bebiendo directamente de una botella de cerveza. Por lo tanto no le hace ascos al alcohol. Al tipo que curiosea le empieza a agradar esta chica...En otra instantánea está en la playa con otra mujer. La flapper cubre su cabeza con un pareo de algodón blanco y oculta sus ojos con gafas de sol negras. Las dos se están riendo de algo y se las ve felices. En la tercera fotografía salen cuatro personas, tres mujeres y un hombre que abre un regalo. No se aprecia muy bien en qué consiste el regalo, pero se ve un muñequito. En otra la flapper ejerce de bruja con un péndulo, por lo tanto le atraen las artes adivinatorias. Otra foto es nocturna. En ella un hombre le entrega una rosa y a ella parece que le ha gustado el obsequio, ya que vuelve a reír. La sexta es una foto de grupo, con diez adultos y siete niños. Deben ser amigos. En esta foto la flapper vuelve a sonreír. Es al atardecer y se adivina el mar a lo lejos. En otra la chica está concentrada en una labor. En sus manos hay un collar con piedras que parecen sacadas de un naufragio. Pero en la más divertida vuelve a aparecer ella con una enorme sonrisa, y se ve que luce una ortodoncia de porcelana. La acompaña un perro y una chica joven muy guapa. Por lo tanto la chica es presumida.

Todos estos objetos han despertado un enorme interés en la persona que ha encontrado el bolso. Y como tiene los datos de la dueña y en las medallas de los canes hay un número de teléfono ha pensado en llamarla y devolverle todos esos recuerdos de lo que parece un verano feliz...

domingo, 7 de septiembre de 2008

BRUC EN SEPTIEMBRE


Si miráis bien la foto, os daréis cuenta de que ayer la playa estaba desierta. Mi hija quería darse un baño, y Bruc andaba aburrido. A las cinco de la tarde subimos al coche y conduje hacia la playa. La luz nos anticipaba un septiembre perfecto. Los arrozales ya están dorados, y el agua brillaba para nosotros tres. Al final no nos decidimos por el baño, empezaba a hacer frío y amenazaba tormenta. Caminamos por la orilla. Una pareja disfrutaba del agua en soledad. Habían dejado su ropa en la arena ¿y qué se le ocurre al vivales de mi perro? ir directamente hacia el montón de ropa y levantar la patita para aliviar su vejiga (unas gotitas de nada). Aceleramos el paso disimulando. Encontramos un tesoro que el mar había devuelto. El verano aun no ha acabado para mi y seguiré disfrutando de esa playa que permanecerá desierta para nosotros tres...

jueves, 4 de septiembre de 2008

JOAN




Llegó a este mundo la noche de Reyes de 1953, como uno de los regalos más bellos creados en la grandiosa fábrica de juguetes. Bien envuelto en papel navideño, a punto para jugar con sus cuatro hermanas mayores, que le estaban esperando. Mercedes, su abuela, se había encargado de dejar un capazo de algarrobas para los caballos, y tres copitas de moscatel con tres pastissets para que sus majestades se tomaran un descanso.
A la mañana siguiente, sus dos hermanas pequeñas fueron a buscar los regalos dejados en casa de otros familiares y a la pregunta: ¿qué os han dejado los Reyes Magos? Ellas contestaron al unísono: ¡un hermanito! Me contó MP, su tercera hermana, que aquel año sus majestades dejaron más regalos que nunca sobre la mesa del comedor.
Me gusta pensar que por la noche, después de su nacimiento, empezó a nevar. ¿Puede haber una imagen mejor que la de una casa iluminada cálidamente mientras en la calle empiezan a caer los primeros copos de nieve?
Las mujeres que habitaban la casa frente al canal corrían de un lado a otro, cargadas de blancas toallas limpias, hirviendo incesantemente ollas de agua, para tenerlas preparadas cuando el médico de la familia las necesitara…Sin duda estaban excitadas por la llegada del nuevo miembro a la familia, pero a la vez serenas pues ya habían adquirido experiencia en anteriores nacimientos. Pero ese parto se complicó. Mi abuela estaba agotada por el esfuerzo. Había perdido mucha sangre y el semblante del doctor era de una preocupación inusual en aquel hombre optimista. El niño llegó finalmente a este mundo con tres vueltas del cordón umbilical en el cuello, y no respiraba. El doctor lo arrojó en brazos de tía Josefina, experimentada en nacimientos, y se dedicó exclusivamente a salvar la vida de la madre.

Tía Josefina nos lo explicó un día que fuimos a visitarla. Ella le dio su segunda vida, al recordar cómo se revivía a los polluelos que nacían muertos. Cogió al niño en brazos, lo acercó a su boca y le dio su aliento. Insufló aire y el niño respiró. ¡Qué alivio! El niño vivía y su madre seguramente pudo sonreír. Por fin había llegado un varón a aquella familia de mujeres. Su padre seguramente soñaba con un niño, al que le enseñaría a conducir coches y motos, su gran pasión.

El pequeño fue creciendo, y a su vez vivió el nacimiento de los cuatro hijos de su hermana mayor, mi madre, que le hizo más de madre que la propia. Siempre acompañó a mis padres durante su noviazgo, y me contaron que el día que iniciaron su luna de miel, lloró desconsolado al ver que le dejaban en casa.

Le recuerdo como el tío guapo, que iba y venía. Cuando se vestía con unos tejanos Levi’s siempre buscaba mi aprobación ¿Me quedan bien, Emily? Sí, tío. Estás muy guapo. Y acto seguido cogía el coche y se iba a discotecas costeras, donde sé de fuentes bien informadas, que tenía que apartar a las chicas. ¡Tenía éxito! Recuerdo a Martina, la chica francesa que se enamoró locamente de él, y que le llamaba a todas horas. Yo era la encargada de hablar con ella, por las cuatro palabras que sabía en francés en aquel tiempo. Sé que tuvo muchos ligues, pero extrañamente sólo le conocimos una novia oficial: Rosi.
Seguramente fue un romántico y sólo quiso dar el siguiente paso cuando finalmente encontró su otra mitad.

De mí admiraba la afición por el dibujo. Me acuerdo de sus broncas al ver cómo desperdiciaba mi tiempo, sin dedicarme más al don que alguien (seguramente el Creador) había dejado en mis manos. Me observaba cuando dibujaba al carboncillo. Me quitaba el apunte y sonreía con aprobación. ¿Os he contado que tenemos los mismos ojos y que cuando me río chispean como los de él? ¿Y esa misma sonrisa? ¿Qué hasta nos rompimos el mismo diente, él en un accidente de moto y yo montada en bicicleta?
Claro que también mi hermano se lo partió. Él comparte también los ojos y la sonrisa de mi tío, aparte de su afición por las motos.

Pero un día nos contó cómo notaba que se le dormían las manos y a veces las piernas.
Empezaron a hacerle pruebas, entre ellas la temida punción lumbar. Y llegó el diagnóstico. Mi madre fue la primera persona en saberlo y yo la segunda. Esclerosis múltiple. Si conocéis esa enfermedad, sobrarán las palabras. Sólo puedo deciros que el tiempo que pasó hasta el día de su muerte fue terriblemente triste. Se encerró en su concha. Rompió su noviazgo para que Rosi no viera cómo avanzaba su enfermedad. ¡Qué tonto fuiste, tío! Y qué poco conocías a las mujeres… ¿No sabes que casi nunca abandonamos? Tuviste a tu lado a toda tu familia pero, ¿no hubiera sido mejor estar junto a ella?

El día que murió, en Barcelona, lo acompañaba su madre y su segunda hermana. Las otras no llegaron a tiempo para despedirse de él. ¡Fue tan impredecible su muerte! El tratamiento con cortisona le restó las pocas defensas que le quedaban y una meningitis le apartó de nuestro lado para siempre.

Pasé tres días llorando, sin comprender por qué el mundo seguía si él ya no estaba allí.
Dejé de comer y sólo encontré consuelo en cigarrillos fumados en soledad. Cada persona de mi familia tendrá sus propios recuerdos. Pero estos son los míos. Y me gusta pensar que parte de su sangre corre por mis venas, que tengo sus mismos ojos, que sonrío como él, y que como él tengo esa fuerza en mis manos que me impulsa a crear algo nuevo de la nada…
 
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