jueves, 21 de junio de 2012

VALERIE

                                      

Ahir pujava pel carrer tranquil·lament, pensant. I sento algú que diu:
-Emily! Emily!
Miro, em giro i no conec ningú que em pugui conéixer.
-Emily! Aquí!
Aixeco la mirada cap a un balcó i veig les dues gossetes de raça teckel que viuen al mateix carrer que natros, treient el cap per la barana de ferro.
Coi, si em parla un gos i a més, l’entenc, és que estic embogint?
-On és el Bruc? –em diu la més jove de les dues.
Abans de contestar faig una ullada al meu voltant per si passa algú i em veu parlant amb les gosses.
-El Bruc està estiuejant, amb els seus iaios.
-Se’n va anar i no ens va dir res?
-Va ser una marxa precipitada, ell no en sabia res. I com no tenia el vostre número de mòbil…Suposo que aquesta és l’explicació…
Això ja és massa. Mòbils per a gossos.
-És tan guapo…-diu la jove.
La més gran, suposo que és la seva mare, l’empeny amb el morret. Com si li digués, calla, dona! Has d’amagar els teus sentiments.
La filla fa una mirada de pena i sospira. Suposo que es pregunta que si l’estima, per què no ho ha de dir?
Somric. L’entenc. Arronso les espatlles i dic:
-Homes…
-Gossos…-diu la més velleta.
-Homes, gossos, qui els entén? Per cert, tu coneixes el meu nom, i tu com et dius?- li pregunto a la joveneta.
-Valerie –respon la teckel enamorada.

jueves, 14 de junio de 2012

ACEPTACIÓN



El joven profesor se ajusta las gafas y continúa. Colores primarios, secundarios, complementarios…Luminosidad y tonalidad. Saturación.
-La que estoy saturada soy yo…-contesto.
-Jose, coge tus pinceles y las pinturas acrílicas. Hoy te pediré un dibujo libre, lo que quieras. Sólo te impongo una condición: dibuja con los pinceles directamente sobre el papel, sin lápices.
Cuando alguien me llama por mi nombre corto, es que se pone serio. Pueden llamarme Josele, Josereta, Pepeta, María, María José, pero si alguien me mira a los ojos directamente y pronuncia Jose, debería echarme a temblar. Rehúyo su mirada. Ahora necesitaría una habitación con vistas para perderme, pero no la hay. Sólo tengo un papel frente a mí.
-Me los he dejado en casa…-debería avergonzarme, pienso.
Pero el joven profesor tiene una paciencia infinita.
-Te los dejo yo.
Busca pinceles de diferente numeración y pinturas.
-¿Quieres que pongamos música? ¿Clásica te va bién?
Le contesto que prefiero la mía. Busco el iPod y me ajusto los auriculares.
-¿Qué escuchas?
-Stacey Kent.
Empiezo a dibujar. Nada en concreto. Círculos, y más círculos. Sin líneas rectas. Él se aleja de mí y me vigila cada cinco minutos para ver el progreso creativo.
-Nada, hoy estoy desconcentrada.
-¿Pero no te relajas con los pinceles?
-Eso sí.
-Ya es algo.
-¿Quieres que te cuente algo? Secretito, ¿eh?
Me mira con interés.
-Aprobé la asignatura de química sin saber la tabla de los elementos. Aprobé latín y griego sin aprenderme las declinaciones. Aprobé la teórica del carnet de conducir saltándome las clases de las señales azules. Me aprendí los tiempos verbales, pero los olvidé. Y con las tablas de multiplicar y dividir pasó lo mismo. Ahora si quiero saber el resultado de 9 por 8, sumo con los dedos.
-No te gusta la teoría, ¿eh? –se ríe.
-Digamos que me cuesta. A mi favor te diré que tengo memoria fotográfica.
Mezclo el color blanco con el negro y aparece un gris discreto. Odio el gris a no ser que lo combine con un naranja.
-Sí. Hay colores que no deberían mezclarse nunca. El blanco y el negro separados, son perfectos. Condenados a no unirse jamás. Debes entenderlo y aceptarlo.
-La teoría de la aceptación.
Pero me niego a aceptarlo. No me lo recuerdes. No estoy preparada. Nunca lo estaré. No. No. Obstinada. Ahora necesito una canción de Cole Porter. Que me hable de amor, de champán y de fiestas. Del humo de los cigarrillos y de coches veloces que me lleven a la playa.
Muevo la cabeza como Louise Brooks. Busco a Bruc con la mirada pero no está conmigo para bailar. Me pregunto si al joven profesor le gusta bailar. Si no se lo preguntas, no lo sabrás nunca, flapper.

domingo, 10 de junio de 2012

TAKE ME HOME



El miércoles pasado oí unas risas tras cerrarse la puerta de casa. La pareja volvía del hospital y si reían significaba que traían buenas noticias.
¿Qué tal? –pregunté.
-Estoy como un toro. –contestó él mientras se desprendía de la gorrita que cubrirá su cabeza una temporada.
Sonreí mientras les observaba. Llevan más de treinta años juntos y siguen enamorados. Son los padres de mi hija. Me gusta mirarles y compartir su intimidad por el rabillo del ojo. A veces ella se pinta las uñas de los pies de un verde imposible mientras él lee el periódico, como si la vida fuera fácil.
Tener un hombre en casa mola. Yo que estaba acostumbrada a prescindir de ellos, ahora agradezco que viva uno con nosotras. Ya no necesito hacer de macguiver, él lo hace todo. Tenemos cuerdas nuevas en el tendedero. A cambio le tiendo la ropa interior al sol. El grifo del fregadero ya no pierde agua. A cambio le lavo los platos aprovechando un despiste. Baja la basura todos los días y nos regala cerezas para recordarnos que estamos en primavera. Me pregunta si he cenado cuando vuelvo a casa y me resulta agradable. Pienso que no estaría nada mal tener un hombre en casa para siempre. Alguien en quien confíar y decirle que me lleve a casa cuando lo necesite.
Hace tres años una pareja regresaba a casa y compartí un momento de su intimidad por el rabillo del ojo. Se reían. Ella es mi hermana. Recuerdo su mirada azul al contemplar a sus dos hijos. Estaba en casa otra vez después de unos días en el hospital. Nunca la había visto tan guapa, con su blusa blanca que hacía juego con sus dientes perfectos. Por la mañana le había pedido a su marido que la llevara a casa. Y pensé qué agradable sería tener a alguien que te llevara a casa cuando lo necesitara.
El viernes salí de compras. Necesitaba un vestido para la fiesta familiar del próximo sábado. Regresé a casa con un déficit considerable (no tardarán en intervenir mi economía). Pero valió la pena. Regresé con un vestido azul, una blusa con mariquitas primaverales estampadas en la tela para mi niña rubia. Un bolso de rafia para mi madre. Y en el fondo de la bolsa una gorrita azul para el hombre que nos espera en casa. Siempre recordaré su mirada azul de agradecimiento. La misma mirada de mi hermana para darme las gracias por cuidar unas horas de sus hijos. Unos meses después ella necesitó cubrir su cabeza con un pañuelo como lo hace ahora el hombre que tenemos en casa. Sólo que él lleva una gorra azul. Azul mi vestido, azules los ojos de mi hermana.
Hace tres años me enfadé con el Creador. Se equivocó al señalarla a ella con el dedo. Debía ser yo la elegida. No tengo hijos ni nadie que me espere en casa, ni mis ojos son azules.
Ahora sé porqué el Creador quiso que yo conservara mis cabellos oscuros. Yo tenía que bordar flores en un pañuelo para que fuera mágico.

 
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